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J.A
Domingo, 8 de junio 2025, 00:36
En la Comunitat, como en el resto de España, la violencia de género es una realidad que atraviesa todas las edades, pero en el caso ... de las mujeres mayores, permanece oculta, silenciada y, en demasiadas ocasiones, ignorada tanto por la sociedad como por las propias instituciones. Las cifras oficiales apenas logran captar la magnitud de un problema que, según los testimonios de expertas y los datos disponibles, afecta a miles de mujeres que han normalizado el maltrato durante décadas y que, por múltiples factores, apenas denuncian ni acceden a los recursos de protección. Desde que en 2003 se empezaron a contabilizar oficialmente los asesinatos por violencia de género en España, el 13,2% de las víctimas han sido mujeres de 65 años o más. Sin embargo, la proporción de denuncias presentadas por este grupo es ínfima: en 2023, sólo el 0,9% de las denuncias correspondieron a mujeres entre 65 y 69 años, y apenas el 0,5% a las mayores de 70, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Esta brecha entre la realidad y las cifras oficiales se repite en la Comunitat, donde desde 2003 han sido asesinadas 25 mujeres mayores de 60 años a manos de sus parejas o exparejas, pero en 2024 solo 91 mujeres de 65 años o más contaban con orden de protección o medidas cautelares.
La estadística se repite en otros tipos de violencia: en 2023, solo 17 mujeres mayores de 65 años fueron registradas como víctimas de agresión sexual en la Comunitat Valenciana, frente a las 522 víctimas del grupo de 18 a 30 años. La invisibilidad de la violencia de género en la vejez es, por tanto, un fenómeno estructural, que se alimenta de la falta de denuncias, la escasa detección y la normalización del maltrato.
Patricia Peris, responsable del programa Mujer de Cruz Roja en la provincia de Valencia, lo explica con claridad: «Pese a que los datos y todas las investigaciones evidencian que al menos el 40% de las mujeres de más de 65 años han sufrido violencia por razón de género a lo largo de su vida, el porcentaje de denuncias o de identificación de estas mujeres como víctimas es muy bajo, no llega ni al 3%». Peris subraya que, en la experiencia de Cruz Roja, las mujeres mayores que acceden a sus programas han soportado la violencia durante mucho más tiempo que las mujeres jóvenes: «Si la media del tiempo que pasan las mujeres en una relación de violencia son unos 8 años, en el caso de las mayores de 65 años pueden estar hasta 40 años en una relación violenta».
Patricia Peris
Cruz Roja
Esta prolongación del maltrato tiene consecuencias devastadoras. Muchas de estas mujeres han crecido en un entorno donde la violencia hacia las mujeres estaba legitimada o se consideraba un asunto privado, y han interiorizado la idea de que romper la relación supone un fracaso personal y familiar. «El sentimiento de culpa es todavía más grande porque ellas suelen ser en muchas ocasiones las cuidadoras principales de sus agresores, y luego el rechazo social. Sus hijos, sus hijas, sus familiares no lo entienden: 'si llevas toda la vida aguantando, para lo que os queda…'», relata Peris.
La violencia que sufren las mujeres mayores no se limita a la física. De hecho, la violencia psicológica y la económica son las más frecuentes y, a menudo, las más invisibles. «Las humillaciones, el control económico, el invisibilizar todos los logros de estas mujeres, el hacerles sentir que no tienen ningún derecho, que nada es suficiente… la violencia psicológica está presente en todas», explica Peris. A esto se suma la violencia sexual, un tabú especialmente arraigado en este grupo de edad: «Muchas no toman conciencia de que están siendo agredidas sexualmente porque tradicionalmente se concebía como algo normal, que debían a su marido independientemente de sus deseos».
Sara Rodríguez Llamas
Universitat de València
Sonia Rodríguez Llamas, directora del Máster en Derecho y Violencia de Género de la Universitat de València, coincide en la importancia de visibilizar la violencia económica: «Muchas de estas mujeres no han trabajado fuera del hogar y tienen una dependencia económica brutal. Haya violencia o no, es imposible salir de esa situación si no tienes recursos propios para independizarte. Por eso, ¿para qué voy a denunciar si luego no voy a poder vivir?». Rodríguez Llamas subraya que la violencia psicológica y la sexual dentro del matrimonio son también realidades muy presentes y poco reconocidas: «Siempre pensamos que las violencias sexuales ocurren fuera del domicilio, y eso es un estereotipo. No son ni las más frecuentes ni las más graves; las más graves están atravesadas por todos los tipos de violencia y con el estigma de ser mujer, sufrir violencia y ser mayor».
Las expertas coinciden en que la falta de denuncias no significa ausencia de violencia, sino la existencia de múltiples barreras. Entre ellas, la dependencia económica y social, el miedo al rechazo familiar, la falta de información sobre los recursos disponibles y la dificultad para identificarse como víctimas. «El cambio cultural cuesta mucho, les sigue dando mucha vergüenza, se encuentran en ocasiones muy desamparadas económicamente, y verte en una edad concreta teniendo que interponer una denuncia, salir de tu domicilio o quedarte pero con una orden de protección, sin recursos económicos suficientes, tener que dar explicaciones… Todo esto se les hace un mundo», resume Peris.
Rodríguez Llamas añade que la invisibilidad de la violencia de género en la vejez se ve agravada por la falta de estudios y campañas específicas: «No existen muchos estudios que analicen específicamente a las mujeres mayores como víctimas de violencia de género. Las campañas de sensibilización y prevención van mucho más dirigidas a otros sectores de la población más joven, para promover el cambio cultural necesario, pero no se pone específicamente la atención en la situación de las mujeres mayores». Cruz Roja, a través de su programa Mujer, ofrece atención integral a las víctimas, desde el asesoramiento jurídico y el acompañamiento en el proceso judicial hasta la atención psicológica individual y grupal, la búsqueda de empleo y el trabajo con los hijos e hijas de las víctimas. «Intentamos acompañarlas en todo el proceso de empoderamiento y autonomía», explica Peris. Sin embargo, reconoce que la llegada de mujeres mayores al programa suele producirse por derivación de familiares, de centros de salud o de asociaciones, y que la ruptura con el agresor y la interposición de denuncia son pasos especialmente difíciles para ellas.
Rodríguez Llamas destaca la importancia de la formación de los profesionales que tienen contacto con este colectivo, especialmente en el ámbito sanitario: «Son personas que suelen recurrir mucho a los servicios sanitarios, y si los profesionales están formados con una perspectiva de género, podrán detectar esas situaciones con mayor facilidad. Muchas veces acuden por ansiedad, insomnio o problemas de salud que pueden ser síntomas inequívocos de maltrato, pero si no se advierte la situación, no se puede intervenir».
Ambas expertas coinciden en la necesidad de adaptar los recursos y las campañas de prevención a las particularidades de las mujeres mayores. «No es lo mismo la violencia que sufre una chica joven que la violencia tan estructural, tan normalizada y tan continua que ha sufrido una mujer más mayor», señala Peris, que reclama protocolos y campañas específicas, así como recursos sin barreras arquitectónicas y centrados en las necesidades de la edad. Rodríguez Llamas insiste en la importancia de la sensibilización de la sociedad y de la formación de los profesionales, para que tanto el entorno cercano como los servicios públicos puedan detectar y acompañar a las víctimas.
El mensaje final, dirigido tanto a la sociedad como a las propias mujeres mayores, es claro: la violencia de género no es una cuestión de edad, y ninguna mujer debe resignarse a vivir en el maltrato. La visibilización, la formación y la adaptación de los recursos son pasos imprescindibles para que las mujeres mayores puedan romper el silencio y acceder a la protección y la ayuda que merecen. Como concluye Peris, «es fundamental ser conscientes de que la violencia machista se da en todas las edades, que las mujeres mayores sufren esta violencia y que está mucho más invisibilizada y menos reconocida. Hay que adaptar los recursos y estar muy atentos a las señales, para ofrecerles el acompañamiento que necesitan y que, durante demasiado tiempo, se les ha negado».
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